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Literatura y música: el gozo de escribir

Apuntes sobre el narrador como compositor 

La vida fluye con un orden inusitado. Acompasado, intercalado, por capítulos, por párrafos, por frases. El cuerpo vibra y se emociona y viaja sin necesidad de moverse, trasladado por la alfombra sonora hasta las alturas. El corazón se acelera, los recuerdos acuden puntuales e impertinentes, sin que nadie los llame. La temperatura se eleva y queremos bailar. No hay engaño ni hay magia: las sirenas nos someten y no hay escapatoria. ¿Por qué es placentera la música? ¿Hay en nuestro ser una predisposición a ordenar los sonidos, a componer, a buscar armonía? Sí: igual que sucede con la palabra, buscamos organizar el caos del mundo a través de historias. La música y su placer derivan del deseo de orden, del control sobre algo intangible y salvaje como el ruido. Apresar al animal, domarlo, jugar con él.

Sin embargo, surge la pregunta: ¿Por qué disfrutamos un tipo de música y nos disgustamos ante otro? ¿Dónde nace la sensibilidad musical? ¿Hace parte de nuestra identidad, de la forma en que observamos la realidad? ¿Es una construcción cultural, una representación de los imaginarios sociales? ¿Es acaso un genio que sale de los audífonos y nos embelesa, nos seduce y nos condiciona anímica y emocionalmente? Lo cierto es que día a día construimos nuestra identidad, creamos imaginarios alrededor del amor, de la amistad, de la muerte. ¿De dónde viene ese genio? No lo sabemos. No hay explicación. El Johnny Carter que Cortázar nos dibuja en «El perseguidor» está poseído por aquel genio. Enajenado, loco, desquiciado por su poder. Tocar el saxo es un exorcismo, una experiencia mística. Quizás debamos escribir, frotar la página en blanco para que salga y atraparlo.

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¿Por qué el oyente contemporáneo es tan pasivo? A veces, incluso, no nos tomamos la molestia de entender la letra de las canciones. Las oímos, pero no las escuchamos. La música, inevitable y plural, parece no comunicar nada. Se encuentra extraviada, perdida. Quizás sea preciso evitar la grandeza —es decir, su volumen excesivo, su estridencia omnipresente— de la música y darle su lugar, más íntimo. Entender que la saturación musical, como en la escritura, puede derivar en fealdad. Al igual que comer, la música, para ser degustada, necesita todos nuestros sentidos a su servicio. Sentir la vibración, la ambrosía que recorre todo el cuerpo y transporta nuestra alma a paisajes lejanos e imposibles.

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Música, danza y escritura coinciden en su accesibilidad y popularidad a la hora de apreciar, practicar y degustar como artes. Todos podemos percibir la alegría ante una pieza musical, todos sentimos la necesidad de mover el cuerpo a ritmo de dicha música y todos practicamos literatura cuando intentamos narrar lo sucedido. Entonces, la música avanza, bailamos y vivimos, sintiendo como se precipita aquel río placentero que, paradójicamente, detiene el tiempo. Recordamos el río de Heráclito y de Borges que nos transforma y nos moldea: la música inmoviliza el tiempo y abarca el espacio temporal, lo estira, lo empapa de sentido y de historias: Johnny Carter lo descubrió en un vagón de metro de París: en un minuto de música caben 20 años de vida y quizás mil y una noches de cuentos.

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El placer por la música es algo, en apariencia, natural. El goce es inherente a la música, no hay duda. Pero, ¿el río de emociones que suscita tiene un rumbo? ¿Podemos dirigir su viaje? En su forma, en las emociones y en la psicología que subyace en la música, en los imaginarios que despierta, está si lo pensamos y lo analizamos, la hoja de ruta para avanzar en el viaje por las aguas musicales y disfrutar: debemos involucrarnos psicológicamente y descubrir, como Carter, como Cortázar, lo que el ritmo esconde.

En música y literatura, el ritmo es clave. La atracción que un texto ejerce sobre un lector no proviene del empleo de figuras retóricas intrincadas, de léxico barroco o de juegos ingeniosos y complicados con la sintaxis; lo que seduce es el ritmo. La música de las palabras que nos invita a bailar página a página. Así, el color tonal de una canción equivale al tono y a la voz que adoptamos en la narrativa. Una voz masculina se diferencia de una femenina, de una infantil; el tono sabio de un tono humorístico, etc. Cada instrumento tiene su color, al igual que cada narrador lo tiene.Podemos buscar la polifonía, la confluencia de voces y producir un texto rico en sus diálogos, en sus cosmovisiones. Recordemos «Clone» de Julio Cortázar. Y Rayuela.

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El escritor como compositor musical debe, antes de mezclar voces y personajes, escucharlos en términos de sus partes componentes. Conocerlos, examinarlos. Introducirlo de acuerdo a sus características, de la misma manera que en una orquesta, la percusión y las cuerdas se combinan en un orden determinado. No podemos, como compositores-escritores, hacer que nuestros personajes transiten el mismo camino. En un cuento, no puede existir repetición. Lo que un instrumento hace pertenece a un registro y a una cosmovisión única. Lo que le pasa a Patroclo no le puede pasar a Aquiles. Sin embargo, aunque la claridad y la nitidez en la narración y en la trama, en la construcción de los personajes, sean el objetivo buscado, cierta ambigüedad, cierto desconocimiento de lo que sucede, de las voces que se combinan, aumenta el placer. El misterio, la intriga y la sorpresa de una voz inusual, nos llenan, como lectores, de un gozo inusitado.

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El tono revela la búsqueda emocional del compositor-escritor. Las elecciones en cuanto al color tonal dan cuenta de la delicadeza, de la sensualidad o de la curiosidad, la inteligencia, el humor, la erudición o la ironía. Da cuenta esto de una personalidad creativa y narrativa. De una naturaleza determinada que busca expresar sus inquietudes. Los colores y los tonos cambian en el compositor de la misma manera que éste cambia. Sus necesidades intelectuales, narrativas y estéticas evolucionan aun cuando su esencia, su alma, se conserve.

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Cómo escuchamos y cómo narramos, descritos en tres planos. El plano sensual: el goce de los sentidos por la musicalidad de las palabras. No pensamos lo escrito ni lo examinamos. Sin embargo, habita en este plano, como en la música, un germen artístico: la combinación de palabras altera la atmósfera, altera el ánimo de quién las emite. El plano expresivo: lo que intenta decir el poema, el cuento, la novela, la frase, la palabra. Expresa estados de ánimo, ideas, conceptos, placer. Con matices y diferencias, sin precisión en cuanto a lo emocional ya que al ser leída, la palabra muta. Sin embargo debe contener la resonancia de la palabra justa, la certeza de la flecha. De igual manera que en la música, cada tema y cada nota revelan algo distinto; cada cuento, cada frase, cada palabra reflejan un modo de sentir. La cualidad expresiva radica en la multiplicidad de sentidos, la capacidad de renovarse del texto. El plano literario de la literatura es similar al plano musical de la música: en el primero están la cohesión, la coherencia, el ritmo; en el segundo, la melodía, los ritmos, los tonos y los timbres.

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Debemos, como lectores ideales, juzgar y gozar: estar dentro y fuera del acto creativo.

Dejarse llevar, pero también criticar. Ser subjetivos y objetivos.

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¿Qué material tiene el escritor-compositor para iniciar el acto creativo? Se comienza con una idea narrativa, un tema. El tema, como idea, tiene varias formas: frase, personaje, anécdota, símbolo, escenario, etc. Es necesario cuestionar estas ideas-tema en su valor emocional, es decir, preguntarnos qué significan para nosotros, con qué lo puedo conectar. ¿Qué valor expresivo tiene? ¿Es triste, violento, alegre, erótico, irónico? ¿Qué sentidos involucra y qué valor simbólico tienen?

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Hay que esperar que la inspiración llegue todos los días. Pero debemos esperarla escribiendo. El escritor profesional escribe todos los días. A veces surge algo bueno,  a veces no, pero todo es parte de un proceso. Si no actuamos las ideas no pueden surgir. No tienen donde germinar.

 

Gabriel Rodríguez

Literatura y cine: aprendiendo el arte de narrar

Memoria visual

En busca de precursores

La huella visual nos conmueve y llena de significado nuestras historias. Desde las cuevas de Altamira hasta Hollywood, la iconografía visual ha edificado la identidad del ser humano. El pasado visual de las imágenes nos baña con su luz y dota de sentido lo retratado, lo narrado, lo fotografiado y lo filmado. En ese sentido, los motivos visuales, vistos desde una óptica borgiana, permiten que los arquetipos tradicionales de la literatura se actualicen en las narraciones fílmica, conectando a Michael Corleone, por ejemplo, con Telémaco.  De esta forma, entendemos que los textos siempre son originales, en la concepción de Georges Steiner, pues establecen una comunicación constante con el origen, la semilla visual de la que provienen. La huella visual se mezcla con la huella literaria, revela sus motivos, sus tópicos y sus maneras de contar para enriquecer la escritura.

Es importante tener presente el valor de lo visual en la configuración de una estética contemporánea: ya no leemos el mundo de la misma manera desde la aparición del cine y, volviendo a Borges, podemos afirmar que el cine precede, en la actualidad, a la literatura.

Leer el cine en busca de su esencia narrativa: prestar atención a las elecciones estéticas de los directores, a sus escenas claves, sus puntuaciones dramáticas, la manera en que dilatan el tiempo y suspenden la acción para deleitar al espectador con la imagen justa. Buscar aquello repetitivo, original e impregnado de reminiscencias, para fortalecer nuestras capacidades narrativas. Deconstruir el quehacer narrativo de nuestros cineastas favoritos, y alimentar nuestras ficciones con los valores del cine: la economía narrativa, la composición de la historia, el poder evocador de la imagen, la capacidad de atrapar al espectador a través de la emoción y el placer de lo insuficiente.

Es preciso que nos apropiemos de los motivos visuales, aquellas secuencias silenciosas, recurrentes, que establecen un vínculo entre la película y el espectador. Imágenes que forman parte ya de nuestro imaginario colectivo. Los motivos visuales, debe entenderse, no son lugares comunes ni recursos pobres que entorpecen la narración: son parte de un proceso de complicidad, de una relación estrecha entre espectador y autor y una manera eficiente de asegurarse su atención. Así, “El horizonte en el western”, “la mujer en la ventana en el melodrama”, “la lucha del héroe con el villano en la película de aventuras”, “la escalera en el thriller”, funcionan como vasos comunicantes entre el público y la obra.

La elipsis y el rechazo a la redundancia, la economía narrativa y la pérdida del temor a no ser entendido son lo que define los motivos visuales y, sumado a la música, la composición y el montaje de la historia, hacen de aquellas escenas fugaces, momentos memorables, lúcidos y comunicativos. El espectador logra sentir lo que la pantalla le trasmite: se convierte en un personaje más y, en el silencio y la oscuridad de la sala, logra sentir lo mismo que los personajes. El peso de ese silencio, la presencia de la ausencia es atronadora y define el placer de lo insuficiente: la participación activa del espectador que rellena los vacíos y lagunas, las sombras inquietantes, con su imaginario. En ese sentido, los motivos visuales son detonadores emocionales que apuntan a la construcción del espectador: uno capaz de imbuirse en la historia y entender las paradojas y elipsis narrativas.

La cámara y la tinta

Emoción y mirada

La imagen y el tiempo configuran la naturaleza estética del filme y apuntan a producir un sentido. Su función, en la película, no es otra que narrar. Las voluntades expresivas responden a necesidades narrativas, es decir, a establecer una conexión con el espectador. Aquellas imágenes fecundas y reveladoras, silenciosas, sobrias y sencillas son las que permiten la aparición del imaginario del público; la fábula cinematográfica que nace de la mirada fantasiosa, de la asociación mental, de la capacidad de empatía. En el taller de escritura creativa «Literatura y Cine» , trabajaremos entorno a la caracterización de los personajes, en la configuración del conflicto y en la organización del relato, basando nuestro trabajo en varias pulsiones cinematográficas: el suspense, el manejo del ritmo y del tiempo, la gramática cinematográfica y la persuasión emotiva e intelectual.

Literatura y cine

Suspense y misterio

Los elementos constitutivos del relato cinematográfico, el conjunto de situaciones, de objetos, de escenarios, de personajes vinculados entre sí, analizados de manera detallada, permiten que comprendamos e identifiquemos los elementos narrativos que enriquecerán nuestro trabajo escritural. Desarrollaremos y exploraremos, en la escritura de cuentos, el recurso del suspense, intentando integrar el recurso cinematográfico de fusionar al espectador con el universo de la pantalla. Plantaremos la semilla de una hipótesis sobre el devenir de la historia, generando tensión y, amparados en la emoción, despertar en el lector, el deseo y la incertidumbre por encontrar una solución. Crear expectativa y montar el relato alrededor de su desarrollo en un juego de preguntas y respuestas. El conflicto, la batalla interior y los desequilibrios de la historia que se trabajará, darán cuenta de un choque de fuerzas, de un maremágnum de acción y reacción propio del cine de suspense.

La intuición, la sensación de peligro y los cinco sentidos puestos al servicio de la trama son elementos esenciales en la construcción de una atmósfera. El ambiente de la historia y la caracterización de los personajes (lo que escucha, el color de su ropa, el olor de su casa, etc) así como la relación entre su comportamiento, lo que lo motiva a actuar —sus pivotes emocionales— y el escenario en el que se mueve e interactúa. De esta forma, por ejemplo, la rabia, el desequilibrio emocional y la incomodidad de un asesino, nacerán de la dicotomía entre sus deseos, sus sentimientos, y el rechazo, la incomprensión, la impotencia y la visión distorsionada del mundo que éste tiene: es decir, los motivos y detalles de un crimen.

Acompáñanos y aprende a crear presencias reales con palabras, a construir realidades y fundar mundos en tus relatos. Acompáñanos y aprende a escribir ficción con el cine.

Gabriel Rodríguez

Director de Altazor Escritura Creativa