La piel: una cartografía ciega

El cuerpo es como aquel mapa de Borges que cubre la realidad. Es un mapa de caricias, de abrazos, de rechazos, que reemplaza la piel. Es, de algún modo, falso. La caricia, por eso, siempre genera interrogantes. La piel del otro, aunque reaccione, no da respuestas. Es un terreno tan lejano, tan ajeno, que no nos queda más remedio que entregarnos al desorden de una cartografía ciega, imposible de concluir. Un deseo de palpar, de reconocer, de forma especular en nuestra piel, los mensajes que la piel del otro tiene para decirnos. Es decir, una ficción. Entonces, como dice Lévinas, nunca logramos un acercamiento real. Nunca tocamos al otro: todo lo que dibujamos en su espalda es nuestro. Se diría que al acariciar adivinamos. Que la caricia es un ejercicio de asociación libre, un braile que es todo deseo, todo interpretación. La caricia, entonces, es una lectura imposible porque en la oscuridad del otro todas las puertas están cerradas. Todo es horizonte y, por tanto, está oculto, porque cuando tenemos todo a la vista es cuando más ciegos estamos. Siempre, cuando deambulamos en la noche de otra piel, estamos perdidos.¿Qué sucede con la piel fotografiada? ¿Qué mapa sobre el mapa estamos dibujando en las redes sociales? 

Recorre, en este mapa que es piel, los cuerpos que soy. Es un mapa escaso y circular porque el cuerpo también lo es. Lo que veo, lo que me duele, lo que toco, lo que palpo con preguntas, lo que escucho, es y deja de ser constantemente. El discurso, masticado y engullido que regresa como otro discurso. Es el corpus, como dice Jean Luc-Nancy: una sucesión de fragmentos, de discursos, de voces, de estados de ánimo, de recorridos. Es un cuerpo habitado por otros cuerpos.

Gabriel Rodríguez

 

 

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