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Una poética que defendió hasta sus últimas consecuencias Julio Cortázar. Fantasear, para el narrador y poeta argentino, es buscar el territorio ciego, profundo y virgen donde habitan las ideas, las imágenes.
Entre palabras desconocidas vive lo fantástico: los objetos se relacionan de forma inusual e incómoda; la luz se filtra por la claraboya de un techo humilde y cansado por el peso de los días y un mundo nuevo nace. El mundo lento y silencioso de los objetos. La música de las esferas domésticas, el universo blanco de las paredes de cal, el insondable océano de la moqueta, la llanura irrespirable y cegadora del patio interior. Y el futuro de un mundo sin ruido, sin ecos, sin risas ni llantos. Un mundo fértil para la imaginación. La razón, así, ya no es una unidad de medida: lo misterioso, lo sombrío, lo extraño, pasan a dibujar ventanas por donde se filtra la realidad.

La poesía nos subyuga: es una enfermedad paradójica, una sublime contradicción de curar la angustia de escribir, de enfrentar la nada de la página en blanco, de vencer el pudor ante el silencio virgen, con la misma escritura.
El poema surge, entonces, de los intersticios de la realidad: el mundo creado desde otra ventana, otra óptica. Es la mirada opulenta, musical y profunda. Sueño vivido y acariciado. Es crear desde lo cotidiano: rescatar la realidad con palabras. Así, la gravidez poética, el acto creativo y de gestación, está emparentado con lo místico, con lo sublime. Es decir, que el estado de ánimo del poeta se eleva y se desprende del cuerpo. Nace el yo poético, aquello que llamamos alma. La carne sucumbe a las palabras y vence el tiempo y el espacio: el hombre, entonces, es un creador, un dios. Por tanto, en este seminario estudiaremos al maestro Jorge Luis Borges, explorando, en sus inquietantes cuentos y magistrales poemas, la relación entre filosofía y literatura; además de la búsqueda de un estilo lúcido, limpio, amparado en una fe pertinaz y humilde en la corrección.

En ese sentido, los leitmotiv, los motivos visuales, vistos desde una óptica borgiana, hace que los arquetipos del héroe, por ejemplo, se actualicen en las narraciones fílmicas y sean precursores del Ulises homérico. De esta forma, los textos que se produzcan durante el taller serán originales, en la concepción de Georges Steiner, y buscaran el origen, la semilla visual de la que provienen. La huella visual se mezclará con la huella literaria, revelará sus motivos, sus tópicos y sus maneras de contar para enriquecer la escritura. Es importante tener presente el valor de lo visual en la configuración de una estética contemporánea: ya no leemos el mundo de la misma manera desde la aparición del cine y, volviendo a Borges, podemos afirmar que el cine precede, en la actualidad, a la literatura. De ahí que exploremos la narrativa de Raymond Carver, visceral, minimalista. Un milagro inusitado donde, con un estilo sobrio y contundente, Carver explora la intimidad de sus personajes. Sus cuentos, además, adaptados magistralmente al cine en “Short cuts” por Robert Altman, nos permitirán entablar vasos comunicantes entre cine y literatura.

La elección de la música como herramienta didáctica para iniciar a los estudiantes en la escritura de cuentos, nace de la importancia que esta disciplina tiene en la configuración de la identidad de cada individuo, así como la relación de cotidianidad que el sujeto instaura con la música, siendo ésta un componente trascendental en su rutina y una compañera constante en su vida. La música como vehículo para el conocimiento, como medio para percibir el mundo y nuestro lugar en él; la escritura como compañera de viaje, como equipaje soterrado que enriquece la aventura del saber. La consigna es clara: aprender a contar historias y ser conscientes que este acto hace parte de nuestras vidas y llega a nosotros gracias a la música.

Una batalla que el lenguaje le gana a la carne. La relación entre hombre y mujer es un contraste entre lo que ambos desean, lo que ambos expresan y lo que cada uno puede realizar. La mujer, poderosa, está condenada al silencio, sometida al “qué dirán”, obligada a no desear. El hombre, débil, también es víctima: sin potencia sexual, su castigo es responder a unas expectativas que jamás puede cumplir. La construcción del sexo, entonces, es una empresa impregnada de castigos; los discursos, enfocados en producir efectos de verdad, disciplinantes y reguladores. La sexualidad, pozo oscuro de la dominación, no satisface a nadie.

La civilización creó instituciones y reglas de parentesco para escapar del imperio de los sentidos, de la dictadura del deseo: el matrimonio, el incesto, la exogamia y el adulterio son un intento de condenar al infame deseo. Cualquier atajo, cualquier camino secundario, se torna oscuro y clandestino. El viaje erótico no admite desvíos: el discurso se unifica y produce relatos que funcionan como normas sociales. El cuento de hadas nace como relato regulador, como ejemplo a seguir. Eros experimentado como mito, como imaginario colectivo, como herramienta de poder. Discurso que encarcela el deseo: amor espiritual, sagrado y dominante que teme degradarse en el placer libre de la carne. Sin embargo, lo infame y lo sublimado, muchas veces, se concilian. Mito y deseo producen relatos paralelos al discurso del poder y otras formas de amarse son posibles. La escritura se aventura por aquel terreno vedado, acariciando cuerpos prohibidos, dibujando una piel distinta, nunca antes acariciada, uniendo miradas distantes, abrazando y besando lo prohibido y, siguiendo y transformando la máxima de Valle Inclán, producir textos para “unir dos cuerpos y dos palabras que nunca han estado juntos”.

Uno de esos caminantes fue Andrés Caicedo. La fundación de Cali, desde la perspectiva mítica, nace con su literatura. “¡Que viva la música!” penetra en las arterias urbanas y las define, las alimenta. Cali deja, entonces, de ser un lugar en el mapa y pasa a transformarse en espacio literario: hogar de mitos de barrio, de historias melómanas y rumberas. Fantasía y realidad se abrazan y la ciudad se transforma en lo más hondo de su ser: las calles y los puentes se levantan y bailan con la prosa de Andrés y el imaginario de la ciudad queda marcado para siempre. Como dice Machado, hacemos camino al andar y, calle a calle, narramos una historia. La forma que toma nuestro recorrido, la estela vital, es una apuesta estética. Cada paso supone una decisión dramática y se convierte en leitmotiv de nuestro destino como urbanitas, definiendo nuestra relación con el espacio que vivimos.