¿Quién fue Edgar Allan Poe?
¿Quién fue Edgar Allan Poe? Es complejo dilucidar, en medio de la espesura de la tragedia, quién fue este soñador maravilloso, como lo llamó Rubén Darío en su libro “Los raros”. Su vida, empañada por un halo de perversidad, nos llegó distorsionada por los celos de su albacea literario, Rufus Wilmot Griswold, un hombre que se encargó de promover la imagen de un Poe degenerado y maldito —se dice, además, que Poe era un hombre buen mozo y poseedor de una fragilidad que atraía a las mujeres, pero los retratos de la época lo deformaron, exagerando sus rasgos—. Fue esa imagen la que cautivó a Baudelaire, quien pensó que había encontrado un alma gemela, y es la que pasó a la historia y que genera fascinación en los lectores.
¡Que extraño escritor! Exclamó Dostoievski. El escritor ruso pensaba que Poe, una mezcla singular de realista y fantasioso, era un detallista con la capacidad de ilustrar las sombras de la condición humana, introduciendo al lector hasta las profundidades de la psiquis de sus personajes. Poe eligió narrar parcelas poco exploradas de la realidad, supersticiones, creencias —como el mal de ojo, la frenología y el doppelganger— y su propia existencia, describiendo, con inteligencia y profundidad, la íntima y frágil relación entre nuestras sombras y lo real.
“Su reino no es de este mundo”, dijo George Bernard Shaw, que se lamentaba de la suerte de Poe, y se preguntaba cómo un escritor de su genialidad había terminado de forma tan deplorable, sin apenas reconocimiento, borracho y en la miseria. Y es que Poe, que necesitaba de sus cuentos para sobrevivir, no siguió modas y se adelantó a su época mezclando ficción con realidad, tomando prestadas ideas de las noticias, haciendo suyos conceptos, temáticas y nociones que gustaban y generaban polémica en la gente de su tiempo. Todo esto con una prosa poderosa y bella. Con poesía.
Además, pensó su escritura y pensó en los lectores. De ahí que se le considere el padre del cuento moderno. En sus reflexiones sobre el oficio de narrar, Poe traza la ruta que han de seguir otros autores como Lovecraft, Maupassant, Cortázar, Faulkner, London, Quiroga, Conan Doyle, entre otros. Y esa ruta no es otra que la de la composición: para escribir hay que pensar en el cuento como un artefacto perfecto que debe tener todas sus piezas engranadas. Nada puede sobrar, nada puede faltar. No existen elementos decorativos, ni supeditados al azar: el escritor debe dominar su creación y presentarla al lector de forma tal que éste, sin otra alternativa que avanzar, quede atrapado en esa otra realidad que es el cuento.
La caída de casa de Usher y el Corazón delator son una muestra de cómo, desde el primer párrafo, una narración está encaminada hacia un efecto y un desenlace. En los primeros compases de “La casa Usher”, Poe crea una atmósfera inquietante que introduce en el lector la idea de que algo oscuro sucederá en aquel escenario frío donde las nubes se cernían pesadas y opresoras en los cielos. Genera un estado de ánimo a medida que describe aquella vivienda con las ventanas parecidas a ojos vacíos y aquella fachada enfermiza que refleja el drama de sus habitantes. De igual forma, en “El corazón delator”, los devaneos nerviosos del narrador, el frenesí de sus afirmaciones y la forma alterada en la que percibe el mundo nos anticipan el final, creando una incertidumbre que, de forma audaz, es la que dota de verosimilitud al relato: no sabemos si lo que vivió el hombre fue producto de la locura o si enloqueció al experimentar aquel extraño suceso.
¿Quién fue Edgar Allan Poe? El precursor del cuento moderno, del relato policial e incluso de la ciencia ficción. Y un maestro para todos lo que emprenden el camino de la escritura. Una figura potente, cautivadora y sombría que tuvo el don de la poesía. Un escritor que renunció a la inspiración y exploró, en busca de nuevos efectos en el lector, con la precisión de un relojero, en los más oscuros rincones de lo humano.
Gabriel Rodríguez